Tres palabras, un cuento.

Tres días sentado frente a la ventana y no se me ocurrió nada. Todas las ideas que había considerado estaban condenadas a ser fracasos rotundos, rotundos y degradantes. Pese a esto, seguía sentando frente a la ventana, todos los días a las tres, sin una maldita ausencia. Lo había convertido en una rutina, a falta de siesta, con un insoportable insomnio post almuerzo, buscaba inspiración en el movimiento de las hojas. Era como intentar atrapar una piedrecilla resbalosa en la mitad de un pantano turbio. Pero, como un niño, egocéntrico, trataba, trataba y trataba. Obviamente, fallaba, fallaba y fallaba.

Hasta el momento había logrado hilar tres palabras: “Había una vez…”. Lo patético era que ni siquiera fueron una por día, sino que fue la única inspiración que tuve… antes de sentarme a pensar. Después de aquel brillante chispazo, sólo había divagado, de un lado a otro, como las hojas de los árboles que observaba. Quizás su movimiento azaroso y tambaleante no hacía otra cosa que hipnotizarme y guiar mis pensamientos que eran imposibles de convertir en una historia. En algún momento pensé incluso en utilizar mis ideas y escribir mejor un ensayo, pero luego me di cuenta que no tenía labia de sabio. Ni siquiera podía escribir un micro cuento y quería convertirme en un ensayista. Ridículo.

No servía de nada. Me levanté de la silla y corrí a encerrarme en un closet, antes que me arrepintiera de abandonar mi postración frente a la ventana. Me había desesperado y necesitaba vacío. Y lo busqué en la oscuridad de un closet que hedía a tiempo, una antigüedad húmeda que denotaba descuido, un paso de años evidenciado por zapatos roñosos y chaquetas sin usar, bueno, y la infaltable pasta de zapatos… vencida.

Pero en ese momento la oscuridad no fue la mejor opción. Por lo menos en la ventana me distraían las hojas, aquí mis pensamientos eran capaces de invadirme con libertad; debía huir. Pero cuando intenté abrir la puerta del closet no fui capaz, algo la había trancado. Y en ese preciso momento se me ocurrió algo: ¿Para qué inventar? Estaba claro: podía contar cualquier cosa y sería un cuento.

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