En un segundo

En un segundo
Se agachó y cortó gentilmente el tallo de un tierno trébol de tres hojas. Se lo llevó a la nariz y olió la humedad, aquel penetrante aroma de la tierra y el pasto recién mojados. Viajó al pasado, a aquel patio donde su piel se volvía café con el barro y el agua se derrochaba con una manguera olvidada.

Se dejó caer sobre el pasto mojado permitiendo que la humedad invadiera su ropa. El frío tocó la puerta de su piel y batalló con el calor del verano. Calor que había ido en aumento. Calor que no dañaba cuando tomaban el sol, desnudos, en el cemento del patio delantero. Calor que hoy cubría con un gorro olvidado unos metros hacia la derecha.

Sintió su corazón latir con la presión de su pecho contra el suelo. Un latido que lo acompañó las interminables tardes corriendo para esconderse del amigo que buscaba o pintar a los que escapaban cuando la llevaba. Cuántas veces clausuraron el pasaje para jugar fútbol y saltaron la reja de la vecina para ir a buscar la pelota. Y nunca había sido solo una reja, siempre fue una misión digna de James Bond.

Se tocó la cabeza y recordó el vibrar de la máquina para cortar el pelo. Su papá diciéndole que se tranquilizara mientras maniobraba para dejar el cabello lo más parejo posible. El peluquero quedaba al otro lado de la avenida, eran muchos minutos menos de juego los que significaba. Además, un pelo parejo no era tan importante.

Una ráfaga de viento le llevó una mezcla de olores florales. Había un rosal en el patio. Nunca decidió si lo vio como un amigo o un enemigo, dependía del juego del día. Cuántas veces volaron los pétalos frente al golpe de una espada y cuántas otras defendió fervientemente a su compañero con una olla por escudo.

Algunas semanas después estaba acostado en su cama. Llevaba algunos días sin poder levantarse. Miró con los ojos vidriosos y la vista desenfocada el techo de su habitación. No quedaba mucho. Súbitamente rompió a llorar. No por el tiempo que se escurría sin remedio, sino por todos los niños que no atesorarían las sensaciones que había vivido, por aquellos que vivirían una larga vida pasando de pantalla en pantalla, sin un baño de barro, un juego de la escondida o un partido de fútbol en el cemento.


Suspiró por última vez y el cáncer cortó el hilo que ataba su alma. Fue el último aire que salió de sus pulmones, a través de dos labios sonrientes, el mismo que jugó a la escondida y se bañó en el barro. Fue el último temblor de su pierna el mismo que pateó una pelota de fútbol. Y en un segundo, el olor a tierra mojada inundó su mente, dejándolo partir en paz.


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