Tos v.2017
Cuento corto que escribí hace años y hace poco lo volví a leer y le arreglé algunas cosas. Ojalá puedan leerlo y comentarlo.
Tos
Es tan
difícil convencerte de lo contrario, como si habláramos en voz en off: el
público puede escuchar, pero nosotros hacemos oídos sordos. A veces pienso que
debiéramos buscar otra manera, quizás podríamos enviarnos pequeños post it. No… los despegarías sin
leerlos. Y… tampoco puedo decir que los leería, de hecho, no podría hacerlo.
Te hablo
mediante chapurreos: que tengo frío, que tengo hambre, que quiero que me tomes,
que quiero que me bajes. Dichas necesidades las entiendes perfectamente, pero
cuando quiero conversar contigo no es posible. Balbuceo ruidos ininteligibles,
tú me miras con tu eterna cara de disgusto, lanzas una maldición y te vas a
limpiar un plato.
Te pones a
gritar sobre papá, ese desgraciado que te dejó embarazada con diecisiete años y
se mandó a volar. Para peor, te hizo terminar con un borracho que si no le
tienes el vaso y la copa limpios te zurra seguro. Yo te entiendo, pero no me
importa que estés ocupada, quiero que me tomes y me arrulles, como suelen hacerlo
las madres de las teleseries: siempre tan felices con sus bebés, deseados o no.
Sería maravilloso meterse en esa caja negra y ser hijo del tal Juan Emiliano
con Teresa de Dolores: una casa grande con sirvientas, padres siempre atentos
cuyo único deber pareciera ser, en el final, vivir felices junto a su familia.
Pero no, ahí
estás tú, embutida en un delantal más amarillo que blanco, esperando que llegue
tu emperador Jonathan para que se siente frente a la televisión a ver el último
partido entre la Universidad de Chile y Colo Colo, gritando cada vez que el
albo de su corazón – que parece importarle más que tú y yo – pierde un gol.
No es una
velada de domingo si no tiene al menos un six
pack y tres amigotes apretujados en un sofá para dos. Y ni se te ocurra
demorarte con el roncito cuando se terminan las latas de Escudo que vuelan
vacías en tu contra. Yo miro escondido en una guarida que ni siquiera es
necesaria para ser invisible a sus ojos.
En las noches
se me hace difícil dormir. Cuando se reconcilian no se preocupan por
esconderse: el pudor es un invitado poco frecuente en esta casa de pocos metros
cuadrados. Yo en una esquina trato de mirar hacia el techo, sin embargo, soy
incapaz de taparme los oídos, mis manos no son lo suficientemente hábiles. Al menos
existe amor durante unos minutos, a veces horas. No hay golpes de ira ni gritos
de rencor, no hay comentarios dolidos ni llantos amargados. Durante unos breves
instantes de éxtasis sexual, ambos se funden y yo puedo respirar tranquilo:
seguiré teniendo mamá por un tiempo.
Lástima que
nada dura para siempre. Al otro día oigo nuevamente tus quejas: que Jonathan
piropea a cada mujer que pasa, que no te presta atención, que te tiene toda
moreteada, que no le importa si llegas o no al orgasmo, que yo no le importo,
que no trae la plata suficiente, que se la pasa tomando, que sus amigotes son
unos frescos… y así puedes seguir toda la mañana. Después llamas a la Meche y
repites el discurso, no es lo mismo que me lo digas a mí, que no respondo, a
que se lo digas a tu compinche.
Empiezo a
toser. Llegamos a mi primer invierno, el viento se cuela por las rendijas de la
mediagua y viene directo a atenazarme. Lloro, pero no me escuchas, estás
demasiado preocupada cocinando para tu hombre: no soy prioridad. Siento como
suben los mocos y me cuesta respirar, me dejaste en una posición incómoda.
Lloro, lloro,
toso, lloro, toso, toso, toso, me alzas. Me dices que deje de fastidiar, que no
meta tanto ruido, que te molesto, que no te puedes concentrar con mi alboroto,
que no entiendo lo que significa ser ama de casa, que creo que todo gira en
torno a mí, que deje de hacer berrinche, que deje de toser y que me duerma. Me
dejas. Toso, toso, toso, pero no lloro.
Me dejan en
una sala de hospital llena de otros como yo. El llanto es el ruido ambiente;
puedo gritar a todo pulmón. Tú no estás, me llevaste y te fuiste, como si
apenas te importara lo que me puede pasar. Lloro y toso sin cesar, esperando
que aparezcas para calmarme. Iluso, joven e inocente. Toso, toso, intento
respirar. Cada vez es más difícil. No estás. No vale la pena seguir
intentándolo. Quiero un beso, no hay. Quiero que me alces, estoy tendido. Me
toma una señora de blanco, vomito, toso, toso, toso, toso… Ya no importa.
Escupo
sangre. Ojalá fuera señal de que me salió mi primer diente, lástima que sean
mis pequeños pulmones intentando sobrevivir. Toso, lloro y te extraño. En el
fondo, mamá, te perdono.
Wao!!
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