KoroKoro

Él es un indio de un color cobrizo. El último de una extensa familia que ha sido reducida por las costumbres y la ropa. Han ido perdiendo poco a poco su color a manos de la moda y su sudor a manos de la industria. Korokoro en cambio se mantiene fiel, firme como un estandarte de guerra.

A las nueve y media de la mañana llegan los vendedores. Una lavadora, un lavavajillas, una cortadora de pasto, un celular, una cocina, una estufa, un refrigerador, un auto, una moto, un computador, un televisor, un DVD, un play station 3.

A las nueve y media de la noche llega la basura. Por suerte no ha comprado, ahora está obsoleto y habrá de renovarlo mañana.

Korokoro desea comer algo natural. Una dieta vegetariana, le sugiere un hombre que sube a la locomoción colectiva con diversas revistas naturistas. Sin embargo llega detrás otro hombre que lo empuja y ofrece una dieta de carne. No dura, llega otro con la dieta de las masas, del maní, la sandía, el pan, el Mc Donald, la cigüeña, el musgo, el peluche. La caza terminó en frustración, ni siquiera consigue coger un ratón.

El indio desea caminar. Dos pasos y se clava un vidrio. Está infectado. Nada de brujerías, un antibiótico y un paracetamol para el dolor, atrás quedaron ya los rituales ancestrales, murieron en una aguja que lo duerme por una semana.

No tenga más frío, la solución está frente a sus ojos, compre calorax, el nuevo calorífico completamente natural, hecho de raíz de plástico y hojas de mercurio. Ni siquiera necesitará vestirse.

No soporta dos semanas. Korokoro muere y nace Andrés Pérez. Un ejecutivo elegante que compra a las nueve y media, bota a las nueve y media y vuelve a comprar a las nueve y media. Es vegetarianocarnivoromasamanísandíano. Y, si no entiende, se toma un Entendiol y no hay más problemas.

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